Todos nos conocemos el discurso: el internet de las cosas (IdC), los vehículos sin conductor y la realidad virtual generan una gran cantidad de datos que necesitan una respuesta rápida. Esto se añade a una necesidad de tener una informática de baja latencia cercana a usuarios y dispositivos. Hasta ahí es razonable, pero existen en ese razonamiento lagunas obvias. Las instalaciones de Edge se enfrentan a preguntas sin respuesta, incluyendo la seguridad.
Los microcentros de datos pierden los beneficios de la escala y no pueden digitalizarse de forma masiva (p8). Para que el Edge se vuelva una realidad, los beneficios de esas aplicaciones de Edge tienen que compensar los costes actuales de los recursos distribuidos reales. Es necesario que se debata la economía del Edge.
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